domingo, 24 de febrero de 2013

LA ESPERA



Tenía el cuerpo hecho a la espera, al vértigo de lo inconcreto y de esta manera también a la desesperación. Ya habían sido muchas las ocasiones en las que se quedaba atrapada en su propio compromiso, alimentado quizá de promesas reales y escogidas de entre muchos espejísmos. Siempre buscando el eje, el centro que le permitiera seguir anclada a la palabra escuchada. En quince minutos y pasaron más de dos horas y más de tres. La duda alimenta la mentira, la inseguridad y entra el miedo, y este da paso a la insatisfación. Hay vamos. El viento adormecía el paso del tiempo y aunque había tenido que inflar el flotador de emergencia, no consegúia rehacerse.  Nada era suficiente. Esperaba el azul, sólo eso calmaba su desazón. Empieza por D y tiene cuatro sílabas, es algo único, nuevo y esta vez parecía que real. Fuera el viento hacía volar las hojas secas de la planta antigua de margaritas que alguién le regaló hacía ya demasiados años. Dentro se paseaba una brisa que helaba el pensamiento y activaba la frialdad en la mirada. La sujetaba al sillón su propia desesperación y aunque su vestido amarillo la quería cubrir de decencia, su mirada insolente y plena de deseo desmentía cualquier tipo de convención estudiada. No cabía el disimulo, nunca lo practicó era demasiado real y mucho más noble, que cualquier mentira aristocrática y diplomática, que cualquier retraso en la entrega. No tenía doblez, los pliegues de su vestido que parecían completamente estudiados, también eran fortuitos, no así la intensidad de su mirada, que escrutaba el aire inexistente del otro, repleto de su ausencia. El cruce de sus piernas que era irracional y establecía un nudo que contenía su propio ímpetu, era lo más animal que esa figura más que humana sentía dentro de sí. Esperaba.